A principios del siglo XX las comunicaciones telegráficas internacionales eran estratégicas y una muestra de poderío de las naciones. La primera acción de guerra que Gran Bretaña tomó contra el Imperio Alemán en 1914, fue cortar y arrancar los cables telegráficos que unían su territorio con el otro lado del Atlántico, lo que dejó a los alemanes completamente dependiente de los cables de terceros países, para comunicarse con sus agentes, empresas y embajadas en el extranjaero. Por supuesto, había una estación de radio en Nauen, pero su alcance y confiabilidad eran limitadas en aquella época.
Esto era un asunto estratégico para todos los países, incluyendo los emergentes. Por ejemplo, para 1900, la red telegráfica argentina era la más grande del mundo por habitante (200 habitantes por km de telégrafo), pero su posición geográfica hacía que los cables internacionales tuviesen que atravesar el territorio de otros países (dos líneas a través de Brasil y una a través de Chile).
Para no depender de estos, en 1909 el gobierno argentino contrató a The Western Telegraph Company de Gran Bretaña para tender un cable de 5,200 kilómetros de largo entre la isla Ascensión y la estación de Punta Lara. Sólo había un cable más largo que iba desde Vancouver hasta la isla de Fanning, atravesando el Oceáno Pacífico. Desde Ascensión, la obra incluyó otro tramo hasta Cabo Verde y desde allí empalmaba con el cable portugués hasta la costa lusa, desde donde podía enlazar con la red continental europea y la transatlántica a los EEUU.
La operación fue compleja porque el cable pesaba casi 8000 toneladas y por las diferencias de calado hubo que realizar un empalme en una boya a 250 millas de La Plata. Pero en 1910 se inauguró con un mensaje del presidente Figueroa Alcorta al Rey Jorge del Reino Unido.
Durante la I Guerra Mundial este cable permitió mantener la comunicación de Argentina con el resto del mundo, y lo habilitó para el uso de terceros, dado que era un país neutral. Alemania lo utilizó, por ejemplo, para algunas comunicaciones importantes con sus embajadas en México y EEUU.
Como cuento en «La Legión secreta del sur» (en www.victordeutsch.com hay más contenido adicional) esto permitía una labor de decodificación conjunta entre los operadores argentinos y estadounidenses (como se comprobó durante el escándalo de los telegramas Luxburg) aunque, por supuesto, unos y otros eran espiados por los británicos porque, al final, era una compañía británica la que operaba el cable.