Ronald Richter y el mito de los Centros de Excelencia |
(English version here/Versión en inglés aquí)
En el post anterior, coméntabamos el caso de Marissa Mayer, CEO de Yahoo, sobre cuya contratación se pusieron demasiadas expectativas. Este caso ejemplifica muy bien el mito de que hay determinadas personas que están extraordinariamente bien dotadas para innovar e inventar ideas nuevas en forma serial.
En este caso, la mítica receta se reduce a extraer (normalmente mediante un abultado cheque) a estas personas de estos sitios e implantarlas en la propia organización, para que desarrollen estas habilidades y las «contagien» al resto de trabajadores. Salvando las distancias, es lo que ocurrió con Ronald Richter.
Kurt Tank |
Para entender una idea del enorme prestigio profesional del equipo de Tank (sin olvidar que estaba afiliado al Partido Nazi), basta recordar algunos hitos de su trayectoria en la compañía Focke Wulf, de la cual fue su Director Técnico entre 1933 y 1945. Tank y su equipo habían desarrollado:
- el FW-44 Stieglitz, un biplaza civil con gran éxito de ventas en 1934
- el FW-56, Stösser, primer bombardero en picado (precursor del famoso Stuka)
- el FW-58, un bimotor de entrenamiento con elementos de última generación como piloto automático, flaps y tren retráctil
- el FW-200 Condor, un avión de pasajeros transatlántico en 1938 (ruta Berlín.Nueva York) que batió récords mundiales
- el FW-190 un avión caza convencional muy eficiente del cual se fabricaron 20,000 unidades durante la guerra
- varios diseños y prototipos de aviones a reacción que no llegaron a entrar en acción
El FW-200 Condor, diseñado por Kurt Tank y su equipo |
Al terminar la II Guerra Mundial, las autoridades de ocupación aliadas prohibieron a la compañía Focke-Wulf la fabricación de aviones (se volcaría a la producción de electrodomésticos), así que Tank y su equipo se quedaron sin trabajo. A partir de ese momento, comenzaron a negociar su incorporación a otras fábricas de aviones fuera de Alemania.
En 1947, Tank aceptó la oferta de la Fábrica Militar de Aviones de Argentina y se trasladó allí con parte de su equipo. Para evitar posibles complicaciones judiciales por su afiliación nazi recibieron la nacionalidad argentina, un nuevo nombre y apellido y flamantes pasaportes que los acreditaban como ciudadanos del país sudamericano.
Desde entonces el diseñador alemán se dedicó exitosamente al desarrollo de un avión caza a reacción, basado en sus diseños de la guerra (sería el IA-33 Pulqui II). En 1948, invitado por Tank, Ronald Richter llega a la Argentina para colaborar con su antiguo equipo, en una idea muy innovadora: un avión propulsado por energía nuclear. Aparentemente en algún momento entre 1944 y 45, Richter había participado en el programa nuclear alemán y traía consigo un expertise diferencial.
Pronto Tank se dio cuenta de que el proyecto de avión nuclear no prosperaría por su complejidad técnica y de seguridad (como aislar a la tripulación de la radiación del reactor, con materiales suficientemente ligeros como para que fuese viable el vuelo). No obstante, creyó que era posible aprovechar el know-how de Richter para el desarrollo de un programa de producción de energía nuclear en Argentina. Y así lo hizo saber al General Perón. Que aceptó recibirlo y escuchar su proyecto.
Richter presentó al dictador argentino una propuesta para desarrollar un reactor de fusión nuclear, imitando las reacciones producidas en las estrellas similares al Sol. Esta era una idea, aunque teóricamente posible, realmente disrruptiva dado que, en ese momento, la tecnología disponible permitía desarrollar reactores de fisión nuclear (basados en la división de núcleos atómicos).
Impresionado por la idea y los antecedentes de Richter (y su prestigioso mentor), Perón no escatimó en recursos, puestos a disposición del científico alemán. Después de recorrer varios sitios, Richter eligió localizar su Centro de Investigación en la isla Huemul, situada en el Lago Nahuel Huapi, cerca de Bariloche. A finales de 1949 comenzaron las obras de construcción a cargo de ingenieros militares en el más alto secreto. La magnitud de la obra era colosal según describe De Giácomo en su obra de 1995:
«En primer lugar mencionamos al “Laboratorio Principal”, cuyos muros
poseen una cámara de aire interior con ventilación hacia el exterior
probablemente para aislar térmica y acústicamente a la edificación y le
sigue el “Edificio del Reactor” – el de mayor tamaño- con paredes de
un metro de espesor. Luego se ve “La Usina”, edificación construida para
proveer de potencia eléctrica a los experimentos de Richter y el
“Laboratorio de Richter”, desde donde se dirigía el emprendimiento.
Esta construcción poseía un reactor, un espectógrafo e instrumental
destinado al estudio de las reacciones termonucleares bajo condiciones
especiales . Se edificó también un “Laboratorio de
Química” en el que se inició la elaboración de agua pesada, dos
edificios llamados “Los Gemelos”, cuyo destino se desconoce y nunca
fueron terminados. La casa particular del físico austriaco posee una
magnífica vista desde un mirador.»
Instalaciones de la isla Huemul durante su construcción |
Se calcula que el coste total del proyecto alcanzó los U$S 300 millones de 1950, que equivaldrían al 2,7% del PIB. Un esfuerzo fiscal que equivaldría a que el Estado Argentino de 2016 gastara U$S 14,500 millones. Estos costes incluyen la compra del 40% de la producción de hormigón nacional, la importación de carísimo instrumental, los costes de personal y de seguridad (incluyendo el desplazamiento de un regimiento de infantería), costes logísticos y de transporte, etc.
En marzo de 1951, el Gobierno argentino hizo un anuncio espectacular: «El 16 de febrero de 1951 en la Planta Piloto de Energía Atómica en la Isla Huemul, de San Carlos de Bariloche, se llevaron a cabo reacciones termonucleares bajo condiciones de control en escala técnica«. A continuación, Richter fue condecorado con la Medalla de la Lealtad Peronista, el máximo galardón del Régimen, y recibió un doctorado Honoris Causa de la Universidad de Buenos Aires, un éxito amplificado por todos los medios de propaganda del Gobierno.
Sin embargo, fueron pasando los meses y el proyecto se encalló. No se advertían resultados tangibles ni parecía muy claro cuál era el fin último del mismo. Los funcionarios civiles y militares a cargo no eran capaces de comprender las explicaciones de Richter y, si indagaban a fondo, eran respondidos con una retahíla de insultos y descalificaciones por parte del científico. El gobierno comenzó a impacientarse y en marzo de 1952 se formó una Comisión Fiscalizadora formada por físicos argentinos formados en Inglaterra y los EE.UU, como José Balseiro y Mario Báncora.
El dictamen de la Comisión fue demoledor: no se había producido ninguna reacción nuclear. No había ningún dispositivo en el complejo capaz de producirla. También agregaron textualmente que «no existe un fundamento científico serio en las afirmaciones del Dr. Richter» (Báncora) y que «el Dr Richter ha mostrado un desconocimiento sorprendente sobre el tema» (Balseiro). Todo el proyecto había sido un verdadero fiasco.
Ante el ridículo mundial, la dictadura se apresuró a cerrar el Laboratorio, despedir a Richter y cubrir toda la situación con un total secreto, reforzado por la censura periodística. Hasta muchos años despues, con la investigación de Mario Mariscotti en 1985, no fue posible saber toda la verdad sobre lo ocurrido en la isla Huemul.
Entre muchas teorías conspirativas sobre la verdadera intención de Richter, la verdad más evidente es que la dirigencia argentina había apostado por contratar a lo que creía era uno de los mejores científicos del mundo, formado en uno de los mejores «centros de excelencia» del mundo. Al contratar a Richter se pensaba que era realmente posible dar un salto disrruptivo en el desarrollo de la energía nuclear del país. Esta historia permite extraer algunas conclusiones:
1. Habiendo científicos bien formados y capacitados en física nuclear se consideró que este extranjero formado en una «centro de excelencia» permitiría dar al país un «salto tecnológico» superior al que podría lograr cualquier recurso local.
2. Cuando Richter exigió «carta blanca» para desarrollar todo el proyecto a su gusto, ninguno de los responsables políticos fue capaz de poner límites, fijar objetivos parciales, establecer puntos de control. Se aceptó su exigencia de que necesitaba la mínima interferencia para ejercer su «creatividad».
3. El brutal error del Proyecto Huemul retrasó por décadas el desarrollo de la energía nuclear en Argentina, que recién pudo tener su primer reactor nuclear funcional en 1974. El tiempo, dinero y recursos perdidos no era posible ya de recuperar. Paradójicamente, este desarrollo fue mayormente llevado a cabo por científicos argentinos formados dentro y fuera del pais.
Se podrá argumentar que esta situación extrema sólo puede ocurrir en un régimen políticamente autoritario, cerrado a las críticas y al debate abierto, tanto en los órganos de Gobierno como en la opinión pública. Y realmente esto es así, es mucho más difícil que esto suceda bajo un régimen democrático (no imposible). No obstante, hay que reconocer que es una situación que se puede dar más fácilmente en el contexto de una organización empresarial o gubernamental aisladas, en general, mucho más jerarquizadas y verticalizadas, que en una sociedad democrática (sobre todo cuando no son empresas públicas o cotizadas).
Muchas veces las empresas buscan el talento fuera, en esos «centros de innovación», y no valoran adecuadamente los recursos formados trabajosamente dentro (que además suelen estar mucho más comprometidos). Y si realmente es necesario traer conocimiento de fuera (a veces no existe otra alternativa), es fundamental fijar metas concretas (que todos entiendan), medir adecuadamente su cumplimiento y corregir las posibles desviaciones antes de que se produzcan daños catastróficos.
Es que, como hemos recalcado otras veces, la innovación exitosa y, sobre todo, la innovación disrruptiva es realmente una excepción y no la regla. No existen recetas mágicas ni inventores geniales ni sitios elegidos para lograrla. Es un trabajo constante, persistente, realizado por equipos bien formados y comprometidos a lo largo de años, con metas claras y dando pequeños pasos, con ocasionalmente algún salto cualitativo. Pensar otra cosa es como apostar todo a un pleno en la ruleta.
Dicen que Ronald Richter quedó algo «tocado» por su fracaso. No volvió a trabajar como científico y se retiró a un pequeño chalet en las afueras de Buenos Aires, viviendo como un jubilado hermitaño. Conozco sólo un reportaje realizado para un documental en los años ´80. Murió en 1991 y aun continuaba defendiendo el éxito de sus experimentos.
Estado actual de las instalaciones de la isla Huemul (Diario Andino) Reportaje y más fotos (http://www.diarioandino.com.ar/diario/2015/01/08/preocupante-estado-de-abandono-de-la-isla-huemul/) |
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